Nostalgia
2023
La exploración de la representación visual de la identidad
La exploración de la representación visual de la identidad en toda su amplitud, ha llevado a Anamaría McCarthy, a indagar en cómo se construye la memoria. En su trabajo ha dado un lugar muy especial a aquellas fuentes fotográficas que alimentan y sostienen la estructura y textura de su memoria, y que a menudo son imágenes captadas por otros -en las que la artista aparece o no-, para despertar los recuerdos y hasta provocar nuevas lecturas de lo vivido. A partir de ello, en muchos casos, ha pasado a la realización de piezas de arte visual.
Sus incursiones en el terreno de la memoria han significado para McCarthy la revelación del acervo fotográfico familiar, con toda su riqueza de ritos sociales y afectos. Se ha tomado la licencia, en un espíritu lúdico y sugerente, de jugar a hacer suyo el recuerdo de situaciones no vividas por ella. Los días y las horas de algunos miembros de su familia son ahora suyos, en virtud de su voluntad artística, y ha logrado materializar una narrativa no linear, sin trama establecida, en la que temporalidades y lugares se entreveran y abren un nuevo espacio, una dimensión muy aparte y distinta de aquel pasado que quedó registrado en fotografías análogas en blanco y negro, salidas del álbum familiar.
Este proceso ha discurrido en paralelo a una escritura de corte muy personal, también basada en recuerdos, que ha culminado en la publicación de un libro. De manera que puede decirse que McCarthy, en su propuesta artística actual, hace patente la construcción de un mundo irreal, atravesado de memorias, pero netamente independiente, que pasando por diferentes medios de creación se orienta hacia un lenguaje propio. Un mundo en un presente continuo, desplegado en el constante fluir de impulsos vitales.
Para esta exposición, la artista se ha valido de la pintura, a la par con fotografías en positivo y negativo, de distintas ramas del pasado familiar. Cruciales para el proceso de realización de las obras han sido los positivos y negativos provenientes del archivo fotográfico de su padre, quien atesoró imágenes que encapsulaban los momentos expansivos de su adolescencia, y ya como adulto retrató y preservó los instantes centellantes de su vida en pareja y el nacimiento e infancia de sus hijos e hija.
La práctica de recortar con tijeras personajes de fotografías impresas en papel, para construir en torno a ellos, en dibujo y con pintura, nuevos posibles parajes en las hojas de libros de recuerdos y autógrafos, fue muy frecuente entre las damas de la era victoriana como manualidad femenina y pasatiempo, propios de una existencia holgada (la fotografía en positivo y negativo, ambos sobre papel, fue la versión británica del invento, también anunciada al mundo en enero de 1839, a los tres años de iniciado el reinado de Victoria). Los surrealistas, a mediados de la década de 1920, tomaron esta práctica e hicieron de ella una dimensión para la inversión de su energía psíquica, con el fin de transgredir el orden de lo real que parecía ser propio del registro fotográfico.
Las obras híbridas fotográfico-pictóricas de Anamaría McCarthy no son estrictamente collages , pero están hechas con una clara comprensión de que los elementos fotográficos -que son impresiones digitales como corresponde en la actualidad-, constituyen presencias oscilantes e inquietas sobre el plano, en relación a la pintura que los rodea, y hasta interviene: por momentos, armonizan hasta quedar subsumidos, pero en otros, se imponen y destacan de la parte pintada. En esto radicaba para los surrealistas, el atractivo de usar pintura e imágenes fotográficas en simultáneo, en obras que no eran simples collages.
Puede decirse que el mundo del núcleo familiar captado por el padre como fotógrafo aficionado, inspiró en la artista el deseo de expandir la pulsión de vida hasta hacer surgir una suerte de unión poética de fotografía y pintura. La artista retoma en parte el experimento psíquico del surrealismo pero lo ilumina con la luz de una domesticidad exaltada, expandida y alterada por el uso de colores fuertes, que se presentan como el signo de una veta expresiva muy personal. Un expresionismo no inculcado en escuela de arte, con puntos de contacto con la espontaneidad de la pintura ingenua o naïf. Los cuadros llevan, en muchos casos, una prolongación de las escenas que incluye el marco como parte del fondo pintado, y esto, claramente, los convierte en pinturas-objeto.
Además, hay objetos de toda índole como parte de la exposición. Se trata de un mobiliario del mundo de la cotidianeidad del hogar, tales como mesas, sillas, repisas, y hasta una cuna. Y llevan también imágenes fotográficas recortadas -en la nota del découpage, o el pegado de recortes planos sobre objetos-, acompañadas de zonas vivamente pintadas. Estos objetos forman parte de una instalación en uno de los espacios de la exposición, en lo que es un amoblamiento para instaurar la memoria, física y disruptivamente, como un comentario al orden establecido para el arte.
Es desde la construcción de un mundo irreal, en base a lo familiar contenido en imágenes aliadas a objetos, que la artista proyecta y desfasa la percepción de cualquier visitante, para hacer que emerjan atisbos de un espíritu que celebra al recordar y al reinventar, y que se rehúsa a alinearse con expectativas habituales que hacen de la vida una sucesión casi rutinaria de nacimientos y muertes.
Jorge Villacorta Chávez
Octubre de 2023.